Tecnología y tontería en una noche de verano
Parafraseo a Shakespeare en el título de mi post porque dicen los expertos que, aunque anhelamos el verano el resto del año, el exceso de calor provoca un estado negativo en el que crece la irritabilidad y se propician las discusiones. Y en ésas nos encontramos cuando, a las once de la noche en una terraza de verano, dos amigos comparten la sobremesa tomando un café. Uno de ellos saca el teléfono móvil y lo coloca encima de la mesa.
—Nos estamos volviendo tontos.
—¿Cómo?
—Sí, las nuevas tecnologías y, sobre todo, los teléfonos inteligentes nos están volviendo tontos. Yo ya no memorizo los números de mis amigos, los tengo guardados en la memoria del móvil; divido la cuenta de los restaurantes entre los comensales usando la calculadora del móvil también y no necesito recordar cómo se llama el actor de mi película favorita porque lo busco en Google a través de mi móvil. Nos estamos volviendo tontos.
—Bueno, la tecnología evoluciona para hacernos más fácil la vida. No creo que eso sea volvernos tontos. Tampoco necesitamos ahora saber cazar mamuts, vamos al supermercado y encontramos los filetes en cómodas bandejas.
—No es lo mismo, antes eran tareas físicas que ahora se hacen de una forma mejor, pero de lo que estoy hablando yo son procesos neurológicos que dejamos de hacer. Pensamos menos.
—Vale, la ganadería no nos hizo más tontos. Pues ponte en la revolución industrial: también aparecieron máquinas para hacer trabajos que antes hacían los hombres. Es lo mismo que con el móvil.
—Pues no, siguen siendo trabajos físicos. En vez de coser a mano, hay una máquina que hace costuras perfectas. En vez de apretar las tuercas de un coche, una máquina te monta el coche entero.
—Pero gracias a que tenemos esas máquinas, y ahora el móvil, se gana tiempo que podemos dedicar a cosas mejores. Gracias a que tienes los teléfonos memorizados en el smartphone, la calculadora y acceso a Internet desde cualquier sitio no tienes que tener tanta memoria ni recordar cómo se divide y puedes usar tu cerebro para cosas mejores.
—¿Cosas mejores como qué?
—Pues no sé, cualquier cosa. Tienes más hueco en el cerebro para recordar y hacer otras cosas. Para pensar, para innovar…
—Vale. Dime alguna cosa que tú en concreto creas que puedas hacer ahora y que antes no podías gracias a que tu cerebro tiene más capacidad de proceso sobrante.
—Eeeeh, no sé. ¿Jugar al Candy Crush?
—El tema es que no se trata solo de memoria o capacidad de cálculo. También estamos perdiendo la paciencia. Nos acostumbramos a leer solo el titular de la noticia, que está convenientemente escrito para atraer clics además, por lo que puede no ser totalmente cierto, o nos gustan las películas con ritmos trepidantes en las que están pasando cosas constantemente sin que nos dé tiempo a profundizar en los personajes. Si ves una película de hace treinta años la mayoría de las veces te parece terriblemente lenta y aburrida porque estamos acostumbrados a otra velocidad. Y si quien la ve es una persona joven (o millennial, como los llaman ahora) directamente no la aguanta. Queremos píldoras formativas, películas estilo videoclip y noticias que quepan en un tuit.
—Sí, eso es cierto. Pero a lo mejor es porque ahora hay acceso a mucha más información y estamos más bombardeados por ella.
—Sí, y precisamente eso nos está volviendo más tontos porque no nos da tiempo a analizarla. Perdemos nuestra capacidad de análisis y hasta de raciocinio si nos llega una información cada medio minuto. No le dejamos tiempo al cerebro a crearse una opinión contrastada. Nos bombardean con información pero casi nada nos cala como para recordarlo. O lo recordamos un día, justo el tiempo necesario para que un nuevo tema sea trending topic y ocupe nuestro interés.
—Eres muy pesimista.
—No es pesimismo, es realismo. ¿O lo ves distinto?
—Bueno, ahora somos capaces de procesar la información más rápido, de hacer más cosas a la vez, manejar aparatos técnicamente complejos… Imagina que colocáramos a nuestros bisabuelos en la época actual: les abrumaría tanta información y tanta tecnología y no serían capaces de procesarla, en algo hemos evolucionado.
—Sí, les abrumaría, cierto. Porque no estarían acostumbrados al ritmo. Pero no estoy seguro de que por eso seamos más listos. Y lo de los aparatos complejos, al revés, lo que triunfa es lo que tenga la interfaz más sencilla: botones grandes, colores y diseños lisos, pocas opciones. Se ha democratizado el uso de aparatos haciendo que la forma de usarlos sea terriblemente sencilla para que cualquiera pueda hacerlo. No porque seamos más listos sino porque somos cada vez más tontos.
—Ahí está la clave, en lo que has dicho de “democratizar”: está bien que cualquiera pueda usar las aplicaciones y los móviles porque triunfe el diseño sencillo e intuitivo. Lo contrario, crear una élite de personas que sea la única que sabe cómo usar un complejo sistema de contabilidad en el que si te equivocas en el orden de los pasos montas una hecatombe corporativa, tampoco tenía sentido. Cualquiera puede escribir un mensaje de WhatsApp; mi madre de setenta años se los manda a mi hijo de diez…
—Perfecto, ¡le damos un móvil a niños y abuelos para extender más la tontería! Si los niños desde bien pequeños acceden a móviles no van a aprender a memorizar desde un principio. Ni a calcular. Mi hija, con tres años, apretaba con sus deditos en los dibujos de los cuentos porque, como estaba acostumbrada a ver animaciones interactivas en la tablet, creía que si pulsaba en el libro el dibujo también se iba a mover.
Estupendo. Tu hija, con tres años y ningún sesgo social ya ha elegido cómo le gusta más ver sus cuentos. Y, ¿por qué tenemos que quedarnos anclados en que los libros tienen que ser de papel? Si ahora tenemos los medios para crear cuentos con los que los niños pueden interactuar de una forma distinta y aprender de forma multimedia, ¿por qué no aprovecharlo? No creo que los niños vayan a ser más tontos por preferir un cuento que alimenta varios de sus sentidos al mismo tiempo en vez de uno sobre papel.
—Vale, ahí tienes razón. Tenemos que aprovechar las nuevas tecnologías y su facilidad de uso para enseñar de formas distintas. Para enseñar a investigar, a descubrir, a sentir curiosidad… Definitivamente sí. Pero no para que dejen de hacer aprender cosas importantes.
—Son importantes para ti ahora porque te criaste sin un móvil en el que puedes tener casi de todo pero para ellos serán importantes otras cosas. El otro día pensaba que mis hijos seguramente no lleguen a aprender a conducir. Para cuando sean mayores a lo mejor todos los coches se conducen solos y ya no tienen que sacarse el carné. Y no pasa nada, yo tampoco he aprendido nunca a conducir carromatos ni a montar a caballo porque no me ha hecho falta para desplazarme.
—Sí, es la evolución natural de la sociedad que se va adaptando a los cambios tecnológicos.
—Pues eso, la evolución natural. No nos estamos volviendo más tontos. Solo estamos aprendiendo a hacer otras cosas y a dejar de hacer cosas que no nos hacen falta. Lo que pasa es que estamos justo en medio del proceso y se están produciendo cambios de forma muy rápida. A lo mejor los historiadores lo llamarán la “Revolución digital” cuando estudien esta época en el futuro.
—¿Historiadores? ¡Si nos estamos cargando los estudios de humanidades: ni filósofos ni historiadores va a haber en el futuro, solo agile designers, influencers y community managers!
—Nada, que no te convenzo. Estás hecho un gruñón.
—Sí.