Los maestros son el motor de la sociedad, tenemos la misión de educar e instruir.
Ya hace un par de años y cuando apenas comenzaba a vislumbrar un camino por los senderos de la pedagogía, en 1966 en la Escuela 8802929 del Pueblo Joven de Villa María, situado en la Av. Perú; frente de la iglesia Cristo Rey, el director Alejandro Morales, me asignó la sección de primer grado con 50 alumnos varones, compartía el trabajo con ocho colegas más. Mi aula contaba con 20 carpetas de madera y sesenta alumnos apretados sentados de a tres, pizarra, tiza y mota puestos en alguna parte del rancho con techo de esteras y paredes de cañas que hacía de aula, sin puerta al patio de arena para el recreo. No había baños, agua ni desagüe, los muchachos iban a su casa cuando era necesario.
Los alumnos de seis o siete años, también algunos de 8 y hasta nueve que habían dejado sus estudios en la tierra de dónde procedían sus padres. Los útiles escolares consistían en un block rayado de papel periódico, lápiz y borrador, además un palo de escoba para los ejercicios de aprestamiento.
Fue mi primer reto como docente, tenía delante de mí 50 niños inquietos, juguetones, muy inteligentes y debería cumplir con el fin y los objetivos de la educación pública definidos en la Ley Orgánica de Educación Pública N° 9359 del 1° de abril de 1941 promulgada por el Dr. Manuel Prado, donde el Estado debe proporcionar a todos la oportunidad de educarse sin más criterio que el de la aptitud y el mérito. Sabía de mis obligaciones como docente y las obligaciones de la carrera pública indicadas en la Ley Nº 15215 Ley de Estatuto y Escalafón del Magisterio Peruano promulgada por el Presidente Fernando Belaunde Terry el 13 de noviembre de 1964.
Sabía bien mis deberes y derechos, fue el primer reto, claro, pero la docencia es apostolado. El profesor no puede ni debe hablar de fracaso, sería un incapaz.
Cierta vez, tuve que ir a Mácate en comisión de trabajo, para lo cual se citó a los profesores a Huanroc, la vía terrestre no ayuda mucho a los docentes que bajan a pie desde los rincones de la Cordillera Negra, en plena lluvia, son seis y hasta 12 horas de camino, para volver después de un día de capacitación en las normas, directivas y métodos de aprendizaje, y la correcta utilización del material didáctico. Esos son los docentes que merecen las mejores consideraciones, una bonificación cicatera que no compensa el sacrificio de estos maestros.
“Los maestros son el motor de la sociedad, están dentro de ella, su trabajo es callado, su misión es educar e instruir.”
Me jubilé en 1990, para trabajar hasta hoy en el fortalecimiento de la identidad local y regional con la investigación y publicación de la historia de Chimbote, es un reto del que estoy muy contento de afrontarlo.
Fernando Bazán Blas
Chimbote, 3 de julio del 2017